
La verdad es que me planteo ya un hecho incuestionable: definitivamente no soy de este mundo. Los programas que se emiten por todas partes me parecen infumables, se ensalza la producción propia pero es puro folletín, las noticias son un reflejo de toda esta situación y se habla en ellas de cosas tan peregrinas como cotilleos o estrenos de cine, principalmente foráneos, a bombo y platillo, programas zafios se repiten año tras año en las programaciones y sus formatos se copian y recauchutan ad infinitum (el último reality dedicado a los Ni-Ni es para bombardear con NAPALM la cadena). Ahora tendremos, además, fútbol los viernes y los lunes, amén de los sábados y domingos, los miércoles y algunos martes y jueves (la cosa debe estar chunguísima para este despliegue de pan y circo).
Pero todo esto gusta, tiene audiencia, se comenta en bares y tertulias, por lo que obviamente el bicho raro soy yo y mejor me callo. Así que cuando me preguntan por ahí “¿No viste esto o lo otro?” siempre contesto “¡Huy! ¡Qué lástima! No pude, llegué cansado, tarde, blablabla, etc…”. Si dices lo que piensas, enseguida te cae la etiqueta de “intelectual”, que en definición pedestre es “todo aquel capaz de ver un programa, de cualquier tipo, en el que NO haya insultos, escándalos, explosiones, tiros, efectos epatantes, fútbol, furcias profesionales o aficionadas (tanto si enseñan algo como si no), famosos de medio pelo o de pelo entero, etc., y que le guste”. En fin, no sigo que acabaré como el abuelo Cebolleta ¿Qué quien era ése? Pues uno que explicaba batallitas mientras sus nietos y demás familia huían de él como de la peste.
En cualquier caso, reíros con esta breve historia de alguien necesitado de cariño.