jueves, 27 de enero de 2011

Se me llevan los demonios

Hay cosas que me indignan. No puedo evitarlo. Es verlas y comprender que mi natural tranquilidad es una fachada y, en el fondo y no tan en el fondo, soy una fiera corrupia. Viene esto a cuento de una campaña televisiva que pude contemplar la otra noche y que hizo que se me atragantara la bilis. En el anuncio de marras una mamá se desespera porque su niño no le come, porque al interfecto no le gusta lo que le han puesto en el plato. Tan desesperada está la pobre mujer que le llega a dar a su hijito lo que parece ser un donut de chocolate que el zagal si que está dispuesto a engullir porque el muchachito no es que no tenga hambre, no, sino que es un cabronazo de cuidado. Pero ¡Albricias! En rescate de la afligida madre llega Pediasure, un potingue soluble (seguramente con sabor a cacao o similar) que promete alimentar a los niños inapetentes con un sinfín de vitaminas, minerales y demás mierda sintetizada, amén de calmar las (malas) conciencias maternas. Un dos por uno que le dicen. Hasta asegura espectaculares estirones óseos y risas cómplices entre el enano chantajista y su p... madre. Ya está. Todos felices y contentos: el niño sigue su prometedora carrera de cretino, la madre vuelve a sonreir aunque sea a costa de perseverar en su rol de sufridora incomprendida y gilipuertas y la empresa anunciadora satisfecha por haber contribuido, una vez más, a tirar de la cadena del váter y desechar el más elemental sentido común alimenticio. Porque ¿A quien coño le importa si el niño come o no come? ¿Si hay padres acomplejados incapaces de imponer un criterio a un tirano mocoso? ¿Si el mundo está al reves y en la familia mandan los que tendrían que callar y obedecer? Lo importante es que el crío se beba el mejunje y a otra cosa mariposa. Si clicáis en la foto enlazaréis con la página web donde podréis ver el spot de marras. Tened a mano una bolsa.

miércoles, 19 de enero de 2011

Una noche cualquiera

Paseo por la calle a esa hora de nadie que va de las nueve a las diez de la noche. Es un momento del día en el que mengua la cantidad de gente que camina por las aceras. Los que quedan van presurosos para llegar cuanto antes a sus casas, a cenar con sus familias. O quizá no. Quizá sólo desean salir del mundo y refugiarse en sus cubículos para coger fuerzas hasta el día siguiente.
Pero hay otros paseantes que llevan otro ritmo diferente, como más derrotado. Me cruzo con una mujer que habla por el móvil. Es una conversación de recriminaciones, de culpas. Palabras gastadas a fuerza de repetidas que vuelan como dagas una vez más. Paso junto a una farmacia bunkerizada, con su ventanuco dispensador, frente a la que se ordenan en cola ya unos pocos transeúntes. Es pronto para ver ojos vidriosos, rostros ausentes y semblantes colgados pero todo llegará. En un pequeño cajero automático, pequeño recibidor bancario de los pocos que no han sido sustituidos aún por una máquina directamente orientada a la calle, se refugian dos hombres jóvenes de aparente origen africano. Charlan entre ellos, probablemente se expliquen sus cuitas del día, o de toda una vida.
Para los que no lo conozcan, el cruce de las calles Numancia con Berlín es uno de esos cruces amplios, rectilíneos y anodinos, de cinco carriles por calle y esquinas sesgadas al gusto del ensanche barcelonés al que, sin embargo, no pertenece. Dominan tres de sus cuatro chaflanes un banco y dos cajas de ahorro. El cuarto queda para un imponente edificio de oficinas con carteles de alquiler disponible. A esa hora de la noche y con una leve bruma que amortece la luz de las farolas, el cruce asemeja irreal. Podría encontrarme en cualquier otra ciudad, en cualquier otro país. Eso debe ser el desarraigo, estar en cualquier sitio y no estar en ninguno.
Voy de vuelta a casa. Las calles empiezan a mojarse a causa de la humedad y ya apenas se ve gente. Todo parece ralentizarse en espera del día siguiente. Ya voy llegando.

lunes, 10 de enero de 2011

Al spam pam y al vino vino



El spam se ha perdido
¿Donde ha ido el spam?
Se ha caído del nido
del entorno digital.


Me llega a través de BBC Mundo una noticia sorprendente: el volumen de spam que habitualmente circula por Internet ha sufrido una caída tan drástica que ha dejado pasmados a propios y extraños. En concreto, como podéis comprobar pinchando aquí en la noticia, el número de correos basura pasó de unos 200.000 millones de mensajes / día en agosto (ahí es “na”) a unos escuálidos 50.000 millones / día en diciembre. Como suele suceder en estos casos, los expertos no saben las causas del fenómeno pero dicen que no nos confiemos por si acaso.
¿Será éste el ocaso del spam? ¿Asistiremos a la disolución y posterior licuación de los detritus electrónicos, aguas abajo por el desagüe digital? “¡Chi lo sa!” Sería el caso un trasunto de la vida y muerte de los grandes imperios que en el mundo han sido, que nacen, crecen, se desarrollan megalómanamente hasta un nivel insostenible y fenecen víctimas del desmesurado volumen alcanzado. De confirmarse y mantenerse la tendencia reductora, veríamos nuestros correos libres de ofertas para la compra de los más peregrinos productos. Ya nadie nos diría que hemos sido seleccionados ganadores de las más pintorescas loterías de los más exóticos países (lo que en castellano castizo sería “que t’ha tocao sin poner”). No nos volverían a ofrecer fabulosos negocios con unas rentabilidades garantizadas que ni los más salvajes brókers de la city londinense pudieron jamás soñar. Y, en especial para los caballeros, ya ninguna desconocida señorita de nombre sugerente querría conocernos para entablar una sincera amistad con nosotros y quizá con nuestra cuenta bancaria. Huérfanos de todos estos excitantes alicientes, la consulta del correo sería como arrastrarse por un páramo desierto, sin que nadie nos considerara ya potentados compradores, suertudos internacionales o amantes de ensueño. La vida, pues, carecería de sentido. Sólo nos quedaría el triste consuelo del sucedáneo del buzón de nuestro portal de casa, con esos tristes folletos en muchas ocasiones pasados bajo la puerta de la calle por repartidores presurosos y pisoteados por vecinos sin corazón. No sería lo mismo.
Hago desde aquí un llamamiento a todas las autoridades competentes, y a las incompetentes también (no nos pongamos tiquismiquis), para que tomen cartas en el asunto y aúnen esfuerzos con el objetivo inicial de recuperar el volumen de spam de agosto pasado e impedir que vuelva a producirse un descenso tan crítico. La salud mental de los ciudadanos lo requiere. Hagamos un esfuerzo colectivo. Yes, we can.

viernes, 7 de enero de 2011

La nouvelle routine

Finiquitadas las fiestas, vuelve la cabecera de entretiempo, vuelven los despertares de siempre, los pasos presurosos, los fríos y los sudores. Vuelve el paso cambiado y la carrera lenta, la risa, el llanto, el alma y la congoja...pero que no me falte la fe en ti.

martes, 4 de enero de 2011

Comportamientos universales: Nº 1

Haciendo cola se pueden observar y aprender muchas cosas. Ayer sin ir más lejos, estando en la cola de la ventanilla del banco, pude contemplar un fenómeno curioso: dos personas en apariencia totalmente opuestas tenían, sin embargo, un idéntico comportamiento que me atrevo a calificar de genéticamente innato. Una era una mujer joven, occidental, de veintitantos, vestida “casual” pero bien, calzando unas botas de caña alta de esas que valen una “pasta”. La otra era un joven también, de piel oscura y origen africano a juzgar por su acento al hablar con dificultad el castellano, vestido mucho más arrastrado (y no por casualidad) y calzando unas deportivas sin marca conocida y aspecto de haber sobrevivido a unas cuantas obras de la construcción. Estas dos personas de mundos tan aparentemente dispares, de culturas separadas por miles de kilómetros físicos y quizá mentales, sin embargo tenían el mismo comportamiento o reacción mientras estaban siendo atendidos en sendas ventanillas de la entidad bancaria: se pisaban un pie con el otro, con roce, balanceo y arrastre de la suela del pie pisador sobre el empeine del pie pisado. Y no había distinciones entre la humilde deportiva y la bota de prestigio, ambas sufrían el acoso del pie hermano. Era como una reacción involuntaria y casi infantil mientras sus cabezas estaban concentradas en la gestión bancaria que cada uno estuviera realizando en aquel momento. Fue casi un momento epifánico, en el que el observador avezado puede comprender, una vez más, que no sólo no somos tan diferentes sino que somos mucho más iguales de lo que podamos jamás llegar a sospechar. Seguiremos observando.