lunes, 15 de febrero de 2010

Momentos

Cielo plomizo y frío del carajo. Apenas dos grados sobre cero. Camino por la calle notando el viento helado en la cara. La atmósfera ambiental se asemeja a la de una cámara frigorífica gigante. La sensación es como ir atravesando una etérea gelatina a punto de congelarse ¿Cómo será salir a la calle con quince o veinte grados bajo cero? Aparto de mí esos felices pensamientos y me concentro en mi caminar. Son las doce del mediodía pero parecen las seis de la tarde. Voy embozado en mi abrigo negro. Le tengo un gran cariño. Fue de mi padre, fallecido hace cuatro años. Él se lo había comprado otros tantos, o más, años antes pero sólo se lo llegó a poner un par de veces, pues al volver a casa desde la tienda se fijó mejor y se dio cuenta que era demasiado largo para su estatura, así que me lo regaló. A mi padre le gustaba comprarse ropa y mirarse en el espejo con frecuencia. Yo he “sacado” algo de esas costumbres (alguien que yo me sé diría aquí que mucho). Siempre me ha parecido curioso el hecho de tener cariño o aprecio por cosas (ropas y objetos diversos) como si en ellas se hubiera incrustado indisolublemente la esencia de determinados momentos, sensaciones y personas, para de esta forma tenerlos con nosotros para siempre. Algo así como si al abrir una botella del whisky MacKinlay congelado por más de cien años en los hielos antárticos sintiéramos el sabor de la aventura de Shackleton en nuestros paladares, algo a todas luces ilusorio para una mente racional, pero ¿Quién quiere ser racional? Pues embozado en mi abrigo y con un gran foulard negro a modo de bufanda, voy avanzando a través de la gelatina tan ricamente. Parece que la meteorología esté confabulada con los tiempos que estamos viviendo, también grises y fríos, o quizá son impresiones mías, producto del momento. Estoy en mi salsa. Otro bonito día de invierno.

Pero no solo las cosas atrapan sensaciones, la música y las imágenes también: Last train home de Pat Metheny Group, con unos bonitos fragmentos de la película “El tren del infierno” (1985) de Andrei Konchalovsky, basada en un guión original de Akira Kurosawa.