jueves, 29 de octubre de 2009

Conectados

08:26 AM. Vagón del Metro de Barcelona, línea 5. Una niña de 8 o 9 años de tez morena y pelo repeinado en dos coletas, vestida con uniforme de colegio de monjas, sostiene en sus manos un móvil ladrillo, de esos tan rectangulares y gruesos tipo blackberry. Lleva gafas que se recoloca mientras juega hábilmente al videojuego que aparece en la pantalla (ir destrozando una construcción a base de rebotar una piedra contra ella, Demolition tenis como si dijéramos). La acompaña una mochila/carrito/troley de abultado tamaño, como si la niña se fuera de vacaciones dos meses al campo.
“¿Es ésta una teoría del abuelo cebolleta?”
Lo es. Casi a su lado, aunque no van juntos, un niño de similar edad y morena tez, vestido con camiseta, tejanos, chaqueta tipo sudadera con capucha y mochilón a la espalda, se mueve sincopadamente con contenidos movimientos. De sus orejas penden unos auriculares y los cables se pierden camiseta adentro hacia un desconocido artilugio. A pesar del ruido del transporte es distinguible el CHA CHAKACHAKA CHA CHAKACHAKA del ritmo afrolatino que está escuchando.
Mientras estoy a punto de lanzarme a elucubraciones mentales sobre como viene subiendo la infancia de hoy, entra en el vagón un postadolescente, o un preadulto según se mire, de veintipocos años, paliducho y de barba rala. Se halla conectado auricularmente a una playstation que sostiene con ambas manos. Se coloca a mi lado y puedo ver que está visionando un episodio de ¡¡Ally McBeal!! Veo las enmudecidas evoluciones de “Bizcochito” y compañía y, contra mi previo parecer, compruebo que es un cacharro interesante esta play. Un rápido vistazo a mi alrededor me constata que la mayor parte de la población que “Metrea” conmigo, de todas las edades, va conectada a algo. Compruebo mentalmente las posesiones que acarreo y sólo llevo un móvil relativamente sencillo y pequeño, que no admite memoria externa. Para colmo no dispongo de auriculares, me parecen engorrosos para ir por la calle. Estoy semi-out de la corriente principal.
¿A donde nos lleva todo esto?
“Ahora sí que viene la elucubración del abuelo cebolleta”
Esto nos lleva a lo rápidamente que todos adoptamos nuevas costumbres y usos cotidianos, costumbres y usos que antes de que existieran no necesitábamos, pues no recuerdo yo, hace quince o veinte años, a las masas ansiosas por la calle gritando “Me falta no sé qué”, desesperados todos por no poder calmar ese anhelo interior mientras se dirigían al trabajo. No entro a valorar si las costumbres y usos son buenos, malos o qué son, lo que daría para largo y tendido debate. Pero sí que creo que nuestra vida actual carece de planteamientos. Aceptamos y engullimos todo lo que viene sin rechistar, sin cuestionarnos nada. Nuestra capacidad crítica está bajo cero. No abogo por un rechazo frontal al avance, pero me gustaría que ese avance indiscriminado no lo tuviera tan fácil.