lunes, 26 de abril de 2010

Un camino de vuelta (3)

El teléfono sonó dos veces antes de que ella lo cogiera. Con apenas un hilo de voz consiguió decir “¿Jon?”. El que fuera que llamaba colgó. Esa llamada acrecentaba sus temores de que algo grave pasaba. Llevaba nerviosa desde hacía bastante rato. Jon solía llegar siempre a casa sobre las siete de la tarde y ya eran más de las ocho. Se había pasado todo el tiempo mirando por la ventana para verlo llegar. Imaginaba que el retraso se debía a que él se había detenido a comprarle flores o aquellos bombones rellenos de licor que tanto le gustaban. Pero era ya demasiado retraso. Acostumbrada a una rutina de horarios desde que vivían juntos, cualquier cambio la alteraba.
Se había pasado la infancia y parte de la adolescencia dando tumbos junto a su madre, culo de mal asiento que se enganchaba a los primeros pantalones bien planchados que le decían cuatro tonterías. Así fue de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, viviendo en pensiones de baja categoría o en cuartuchos alquilados con paredes desconchadas y papel pintado rancio. Cuando los pantalones se cansaban de su madre, cosa bastante habitual, las dos volvían a ese viaje sin sentido. Una vez creyó tocar el cielo. Su madre había conocido, por fin, a alguien serio que quería ayudarlas de verdad y no al típico buscavidas de hoy aquí y mañana quien sabe. Llegaron a vivir en una casita muy acogedora que aquel hombre pagaba. Era sencilla pero limpia, con un patio trasero en el que ella jugaba en un columpio improvisado. El hombre que era de origen francés, Jean se llamaba, las visitaba a menudo y les traía comida y regalos. Era un poco mayor que su madre y estaba soltero, uno de esos hombres que en su momento no se atrevió a dar el paso y se quedó en segunda fila social, viendo pasar la vida. Pero su madre, acostumbrada a los canallas desde hacía tanto tiempo, no supo adaptarse a aquel tipo de vida tranquila, a contar con un futuro estable. Así que, aprovechando la buena fe de Jean, le sableó con la excusa de renovar los muebles del salón de la casa. Volvieron entonces los vagones de tercera, los autobuses de línea y las caminatas con la maleta a cuestas. El aporreo de la puerta la sacó de sus recuerdos. Tres fuertes golpes seguidos de unos segundos de silencio y otros tres golpes más. Ella estaba en medio de la sala, sin atreverse a ir hacia la puerta. La voz sonó enérgica.
- ¿Señorita Prat? ¿Josephine Prat? Sé que está ahí – El tono era grave, expeditivo, pero rutinario, del que ha repetido la fórmula muchas veces a lo largo de los años. Un policía.
Ella había conocido a unos cuantos antes de que Jon la sacara de aquel prostíbulo en el que su madre la abandonó cuando sólo tenía dieciséis años. Parecía que había pasado una eternidad y sin embargo únicamente siete años la separaban de aquel momento. Los primeros seis fueron un infierno de explotación y abusos. Siempre fue un saco de huesos sin ningún atractivo. Su madre le repetía constantemente que se parecía a su padre, un viajante con el que anduvo una época y del que no había sacado gran cosa aparte del bombo. Pero al cumplir los quince, la naturaleza puso manos a la obra con auténtico ahínco y espectaculares resultados. Lo que debiera haber sido el orgullo de cualquier madre, a la suya le sentó como una patada en el hígado, especialmente cuando los pantalones empezaron a cambiar de objetivo. Entonces llegaron los gritos, las bofetadas, el escatimarle o negarle los productos de higiene, el racionamiento de comida. La encerraba con llave en el cuartucho donde estuvieran viviendo y tardaba varios días en aparecer. Pero más pronto o más tarde aparecía, muchas veces acompañada. La cosa duró unos cuantos meses hasta que, un día, un mal bicho le propuso un trato a su madre.
- ¡Señorita Prat abra a la policía!

(Continuará)

En esta recopilación de series policíacas que os estoy mostrando, traigo hoy una de las favoritas de mi infancia que estoy seguro que nadie conoce: MANNIX (1967 – 1975). Joe Mannix era un detective al viejo estilo, individualista, indisciplinado, seguidor de su propio olfato en contraposición a los modernos métodos de investigación que ya hacían su aparición, como las primeras computadoras. La serie tuvo mucho éxito en EEUU y ganó varios Emys y Globos de Oro, tanto la propia serie como la pareja protagonista (el detective y su secretaria). Se pasó en España a finales de los 60 y primeros 70 y era de las que no me perdía cada miércoles por la noche (mis padres eran bastante liberales en el tema de horarios). Como curiosidad, la sintonía es de Lalo Schifrin, archiconocido por ser el autor de la sintonía de Misión: Imposible.