viernes, 8 de octubre de 2010

La condición humana

Viendo lo que le ha pasado al pobre Llongueras (lo de pobre es solo una manera de hablar) y a otros anteriormente, me he acordado de una frase que leí hace ya algún tiempo y que venía a decir, más o menos, que la familia es una de las primeras fuentes de infelicidad que tiene el ser humano, sino la máxima. Cuando le preguntas a alguien por sus relaciones familiares, salvo excepciones la mayoría contesta que son estupendas, son como una piña, hacen un montón de cosas juntos, los hermanos y/o hermanas son fabulosos, ahí siempre apoyando y ¡Qué decir de padres, tíos, abuelos, etc.! ¡Unos santos es lo que son! Siempre dispuestos a ayudar. Este panorama idílico, sin embargo, no oculta que tras las puertas de casas y pisos se desarrollan las más deleznables coacciones sobre los individuos integrantes del núcleo familiar (“si nos quisieras no actuarías de esa forma”), se cataloga a los miembros con rigor científico (“éste es el listo de la familia pero su hermana no vale para nada”), se juzgan sentimientos con precisión de oráculo (“ésa no te quiere ni te ha querido nunca”), se regurgita el pasado y ya se sabe que el devuelto siempre huele mal (“porque el daño que me hiciste aquella vez no te lo perdonaré nunca”) o se realizan operaciones económicas dignas del mejor de los tiburones de Wall Street (“la casa de los abuelos será para mí o si no os joderé la vida a todos”). Naturalmente, Llongueras no me da ninguna pena, ya tendrá el riñón bien cubierto, pero no deben ser pocos los modestos y anónimos ciudadanos que confiaron en sus familiares para asuntos económicos y salieron trasquilados. Una teórica encuesta nos mostraría que asilos y residencias de ancianos tienen un elevado porcentaje de este tipo de casos entre sus ingresados. A veces la condición humana es una de las más tristes condiciones. Reflexionemos.