jueves, 27 de mayo de 2010

Un camino de vuelta (7)

VI
Samuel Caldén era un tipo de mediana estatura y de complexión fornida, lo que se conoce habitualmente como aspecto rocoso. Siempre llevaba el pelo más bien corto y vestía con discreción. Todo el conjunto le daba un aire atemporal. Si preguntáramos a la gente por la calle qué edad pensaban que podía tener, todos dirían que debía estar entre los treinta y cinco y los cuarenta. En la suite de la tercera planta del Rex Max, hacía seis años de aquello, Caldén ya parecía tener entre los treinta y cinco y los cuarenta. Se acercó al borde de la cama y se sentó junto a la muchacha.
- ¿Cuantos años tienes?
- Diecisiete – Le dijo el hilo de voz.
- Aparentas menos – Le respondió él, sin acabar de creerse aquella edad.
- Eso dice el señor Max y también que es una suerte – Josephine había hecho un gran esfuerzo por hilvanar más de dos palabras seguidas.
- ¿Y qué más dice el señor Max? – Preguntó Caldén.
- Que haga lo que usted me diga – Ella se mordisqueó el labio inferior como para evitar que salieran algunas palabras más que, de todas formas, acabaron saliendo - ¿Me hará daño?
- No, preciosa – Sonrió Caldén – Lo más probable es que me lo acabes haciendo tú a mí dentro de un tiempo.
Ella no entendió aquellas palabras pero tuvo la sensación que, a pesar de todo, aquel era un buen hombre. Él la rodeó con su brazo izquierdo, la atrajo hacia sí y la besó con suavidad. Ella se dejó hacer y cuando sus labios se encontraron con los de él los dejó entreabiertos como había visto que hacia una actriz una vez en una película. El olor y el sabor de él le gustaron.
VII

Eran ya más de las once de la noche cuando el Dandi Robert entró en El Poste, un bar del centro que había al final de la última callejuela justo antes de la entrada a la plaza del ayuntamiento. No vio un alma y se fue a sentar en el extremo opuesto de la barra, de cara a la entrada. Le dolía el estómago todavía por el puñetazo de Caldén “¡Maldito cabrón de mierda!” “¡Un día de estos te vas a enterar hijo de puta!” Las palabras del barman lo sacaron de sus pensamientos.
- ¡Caramba Dandi! ¿Qué le ha pasado a tu traje?
- Métete en tus asuntos y ponme una copa – La mención de su traje arrugado no le hizo ninguna gracia.
- Cualquiera diría que te han atropellado o algo así – Al barman le encantaba chinchar a Robert. Detrás de una barra se cala enseguida a la gente y Robert era un soplagaitas de cuidado.
- He tenido un encuentro con un bofia pero le he dejado las cosas claritas. Con el Dandi no se mete nadie – Robert se bebió de un trago la copa que le acababa de servir el barman.
- Y seguro que le has dicho que se meta en sus asuntos ¿Verdad? Oye ¿Eso ha sido antes o después de que se te arrugara el traje? – El barman intentaba sin éxito contenerse la risa.
- Ríete lo que quieras pero le he dicho “Inspector Caldén: no dejaré que me avasalle. Soy un ciudadano respetable y tengo mis derechos. No sé nada y nada le diré”.
- Y ¿Qué quería saber Caldén? – Las palabras las acababa de pronunciar un hombre alto embozado en un abrigo negro y con el sombrero calado hasta los ojos, salido de un reservado del fondo del bar.
El Dandi Robert reconoció al instante a uno de los matones del Jefe. Sin ser consciente del porqué, recordó que no le había dado un beso de despedida a su madre aquella tarde.

(Continuará)

A pesar de tener sólo dos cadenas, la primera y el UHF, Televisión Española se prodigó en la emisión de series de todo tipo que los españolitos, deseosos de ver el mundo que había por ahí, devoraban con pasión. A mi me gustaba mucho ésta, Los Persuasores (1971). Roger Moore y Tony Curtis interpretaban a dos playboys millonarios, inglés y americano respectivamente, que se dedicaban a resolver entuertos. La serie tenía su gracia, pero lo que a mí me fascinaba de verdad era la música de los títulos, compuesta por John Barry, autor de la banda sonora de muchas películas, desde la serie James Bond hasta la maravillosa Memorias de África.