martes, 4 de mayo de 2010

Un camino de vuelta (4)

III

“¿Quién quiere trabajar para vivir?” “Nadie, naturalmente” “Entonces ¿Porqué se empeña mi madre en repetírmelo constantemente siempre que voy a casa?” “¿No ve que no me interesa una mierda?” “La próxima vez que me salga con lo mismo le pegaré un guantazo que la sentaré en su sillón para los restos” “¡Harto me tiene!”. Los pensamientos de Andrés Robert saltaban en su cabeza como bailarines de claqué sobre el escenario de un cabaret. Andrés Robert, alias Andy Robert o, como a él le gustaba, Dandi Róbert, desplazando la vocal tónica de su apellido de la e a la o -“suena más americano” decía- bajaba la calle con ese caminar achulado que tienen los que creen que la vida les debe algo por su cara bonita. De eso, en efecto, vivía Robert, de explotar su físico joven sableando a todas las mujeres, jóvenes o maduras, que se pusieran a tiro. De eso y de correveidile para una banda que controlaba los negocios sucios del lado sur de la ciudad, porque todo lo que tenía Robert de buena planta, lo tenía también de lameculos. En esas estaba, absorto en la conversación que había tenido esa tarde con su madre y en mirar su reflejo en los escaparates, que al pasar junto al callejón de la parte de atrás del cine Rex no vio la figura que le salió al paso hasta que la tuvo en sus mismas narices.
- ¡Hombre Dandi! ¿Dónde vas tan contento? – La voz sonaba como el silbido de una serpiente.
- ¡Caray inspector! No le había visto – Dandi Róbert, en aquel momento, volvió a ser Andresito, el niño amedrentado por los matones de su infancia – Sólo estaba dando una vuelta.
- Sí, ya sé que eres un gran paseante, siempre de aquí para allá. Gracias a eso debes ver muchas cosas ¿No?
- Bueno, inspector, no crea, yo voy a lo mío y no me fijo en nada – Robert sentía que su traje nuevo, estrenado esa mañana, le venía un par de tallas grande.
- ¿Un chico tan espabilado como tú? No me lo creo. Seguro que algo habrás oído por ahí, ya sabes, si va a haber movimiento o algo parecido – La voz del inspector era ya casi un susurro sibilante.
- No, no, se lo juro inspector, si supiera algo se lo diría.
El inspector Samuel Caldén agarró las solapas de la chaqueta de Robert y las introdujo en el callejón en un único y preciso gesto. A pesar de su menor envergadura, Caldén se manejaba como nadie en las distancias cortas.
- Vamos a ver Dandi, no me salgas con esas – Su voz había pasado de silbido a lija – Sé que Dimitri ha salido de su agujero ¿A quien le va a echar el lazo?
- Yo, yo, yo, no sé inspector – El puño de Caldén se hundió en el estómago de Robert y éste sintió por unos instantes un ahogo interminable.
- Un nombre, Robert, un nombre ya – La cara de Caldén estaba a un centímetro de la del Dandi.
- No lo sé, inspector – Robert recuperaba aire – Son rumores que corren.
- Déjame verlos correr – Caldén agarraba tan fuerte las solapas que la chaqueta del Dandi iba a reventar.
- Se dice – Dandi Róbert tragó saliva – que el Gordo ha caído en desgracia.
Los ojos de Caldén se abrieron como platos. “¡El Gordo!” pensó, “¡Eso sí es caza mayor!”.

(Continuará)