jueves, 1 de abril de 2010

Inicios

Todos esperamos que las primeras líneas, el primer párrafo de un libro, sobretodo si es una novela, nos enganchen, nos atrapen sin remedio y nos lleven en un viaje, de recorrido incierto pero apasionante, hasta la última página. Queremos que esas palabras iniciales nos digan “vas a sufrir, vas a llorar, vas a sentir miedo, emoción, romanticismo, vas a pensar y reflexionar, vas a sentirte vivo”. Éste que viene ahora es un ejercicio sencillo y modesto. Cuatro posibles inicios, cuatro primeros párrafos, cuatro peldaños iniciales de una misma escalera. Deseo que os gusten y se esperan vuestras opiniones, naturalmente.

1.
Ya estaba muerto. No había costado mucho, la verdad sea dicha, pero al principio no parecía que las cosas iban a ir tan rápidas y tan bien. Ahora faltaba únicamente deshacerse del cadáver. Eso ya sería otro cantar. Ciento diez kilos de gordo seboso no se manejan así como así. Se arrepentía de no haber traído la carretilla y eso que lo pensó antes de salir de casa pero, ya se sabe, los nervios y las prisas de última hora. Aunque, bien pensado, no tenía ni puñetera idea de donde podría estar la dichosa carretilla ni recordaba la última vez que la había usado. Hacía tanto tiempo ya. Era su primer trabajo en diez meses. Maldita crisis. Ya nadie quería matar a nadie.

2.
Mientras sentía que se le escapaba la vida, no podía dejar de mirar a ese hombrecito imberbe que apretaba y apretaba el lazo de alambre para estrangularlo. Se moría y lo único que pasaba por su mente era que encontraba inadecuado que hubieran enviado a semejante individuo para matarlo. Ni la vida por delante ni un flashback, nada de nada. Sólo él y el hombrecito. Habría esperado a alguien de más enjundia, no sé….a un auténtico matón, un armario de dos por dos, de esos que manejan a los fiambres como peleles. Sin embargo, ahí estaba él, dando sus últimos estertores y pensando que moría a manos de alguien que no tendría ni la mitad de su peso.

3.
Estaba nerviosa. Él se retrasaba y no solía hacerlo. Ya debería haber llegado hacía rato. Ella miraba por la ventana esperando verlo aparecer con ese caminar bamboleante que los obesos suelen tener. Le había dicho una y mil veces que debía ponerse a régimen, que con la salud no se juega, pero él la miraba, sonreía y se servía otra ración de lo que estuviera comiendo. Entonces ella fingía que se enfadaba, pero sólo un poco. No podía enfadarse. Estaba enamorada como una tonta de él y a pesar de la diferencia de edad ¡Y de peso! lo quería. Él la había sacado de la calle y la había recogido, la mimaba, le compraba todos los caprichos. Vivían en un pisito maravilloso y no podía ser más feliz. Sonó el teléfono y ella se mordió el labio. No sabía por qué pero no quería contestar.

4.
El hombre estaba de pie frente a la ventana, mirando hacia el vacío de la noche. En su mano izquierda hacía oscilar una copa de coñac mientras la derecha sostenía un cigarrillo. Se había escapado un momento de la fiesta que bullía en el salón para refugiarse en aquella sala, huyendo del ruido que generaba la gente con su cháchara. Una figura entró sigilosa en la habitación. A pesar de su altura y corpulencia apenas hacía ruido al moverse. Se acercó y susurró unas palabras al oído del hombre. Éste realizó un breve y casi imperceptible gesto de asentimiento con la cabeza, dando a entender que había comprendido. La figura salió tan sigilosamente como había entrado. Sólo entonces el hombre dejó que sus labios dibujaran una sonrisa. El gordo había pagado su deuda y todos sabrían, a partir de ese momento, quien había tomado las riendas.

Esta es la música que me venía a la cabeza cuando escribía. Private eye (1988), serie mítica de televisión ambientada a principios de los 50 en L.A. Ha llovido desde entonces….