lunes, 22 de marzo de 2010

Sábado, sabadete

El sábado pasado, como no tenía nada mejor que hacer, me presenté a unas pruebas para conseguir plaza en lo que se denomina una “bolsa”, una lista de personas a las que se puede llamar (o no) para ocupar puestos de trabajo por un tiempo determinado (que los integrantes de la bolsa esperan siempre que sea cuanto más largo mejor). Naturalmente, la bolsa era de una categoría superior a la que ocupo actualmente, si no, qué tontería. El examen consistía en un unas preguntas tipo test y un caso práctico. Para los no avezados en este tipo de exámenes, las preguntas constan de un enunciado, generalmente no muy largo (una o dos líneas a lo sumo), debajo de las cuales hay cuatro posibles respuestas entre las que elegir la correcta, una y solo una, aunque en ocasiones pueda parecer que hay más de una o que ninguna es buena (por no mencionar los enunciados capciosos). Por poner un ejemplo, la cosa sería tal que así:

1) ¿De qué color era el caballo blanco de Santiago?

A – Negro.
B – Blanco.
C – Santiago no tenía caballo.
D – Todas las respuestas son correctas.

Una vez elegida la respuesta que creemos acertada, la rodearemos con un círculo. Si posteriormente quisiéramos rectificar, tacharíamos la respuesta equivocada y volveríamos a rodear con un círculo la nueva elección, así hasta que ya no quedara nada por tachar o rodear. Tienen la particularidad estos test que las respuestas erróneas descuentan un tercio de punto, por cada tres mal pierdes una bien. Esto es así con la finalidad de impedir que los examinandos avispados jueguen a la “lototest” y, al buen tuntún, acierten de chiripa y consigan la suficiente puntuación. No quiera Dios que eso ocurra. Los casos prácticos son otro cantar. Los hay temibles. Todavía se comenta el famoso caso práctico de las oposiciones a ermitaño de 1986 para el Ayuntamiento de Cangas: “desarrolle un corpus alternativo al reparto opcional de bulas de difuntos”. El del sábado era de los de tipo comparativo, también conocido como de pasatiempo: había que encontrar las diferencias tipográficas entre dos documentos en apariencia iguales (sólo en apariencia), sin que exista límite de diferencias. De hecho, al comentar a la salida, alguien había encontrado unas diferencias totalmente diferentes a las mías (valga la redundancia). Esta circunstancia, añadida a la del extrovertido examinando que siempre sale diciendo las respuestas correctas para desazón de sus compañeros, me inclinaría al pesimismo, si no fuera porque soy un optimista nato (también conocido como inconsciente y/o vivalavirgen).
La cosa no me fue ni bien ni mal sino todo lo contrario, por lo que deberé esperar a la segunda quincena de abril a conocer los resultados. Se informará oportunamente.