jueves, 4 de marzo de 2010

Las penúltimas voluntades

Hay quien no puede descansar ni después de muerto. Y si no que se lo pregunten a Richard Poncher. ¿Que quien es o, mejor dicho, quien fue Richard Poncher? Richard Poncher (1905 – 1986) fue un empresario de Chicago que se codeó con la mafia de aquellos años y hasta llegó a fabricar dos automóviles a prueba de balas para el mismísimo Al Capone, aunque el grueso de su fortuna lo hizo en el sector de la electrónica. La importancia de la misma se demuestra en que alcanzó a poseer doce Rolls Royce y los cuadros de Picasso y Chagall que decoran la mansión que ahora disfruta su viuda, Elsie. A su fallecimiento, Poncher fue enterrado en un nicho en el cementerio Pierce Brothers Westwood Village Memorial Park de Los Ángeles. En la lápida figura la inscripción “Al hombre que nos lo dio todo y más”. Y es aquí, en el mencionado cementerio, donde se produce un giro inesperado del destino. Elsie, acuciada por la hipoteca (1,6millones de dólares) de la mencionada lujosa mansión (7 kilómetros cuadrados, casa más terreno) ubicada en Beverly Hills, decidió el año pasado vender la tumba de su marido. Se habló entonces de un monto total de más de 4,5 millones de dólares satisfechos por un anónimo comprador. Pero ¿Qué es lo extraordinario de semejante tumba? Que no es tumba sino nicho. Más concretamente, es el nicho inmediatamente superior al que ocupan los restos de la difunta Norma Jean Baker, Marylin Monroe. Dicha sepultura se la compró Poncher a Joe Di Maggio en 1954, cundo éste y Marylin se divorciaron.
Está previsto (se desconoce si ya se ha producido el hecho) que los restos de Poncher sean trasladados a otra parte del cementerio, a un nicho que en principio estaba destinado para la desconsolada viuda Elsie, que de momento no tenía la intención de ocupar. Sin embargo, es ahora cuando los problemas para Elsie pueden empezar. Años después del fallecimiento de Marylin, cuando quizá Poncher veía cercano su fin, hizo prometer a su viuda que le enterraría en el nicho boca abajo, bajo amenaza de perseguirla el resto de su vida si no cumplía su deseo, cosa que la viuda cumplió. Desconocemos cómo se tomará el bueno de Richard esta mudanza a “sus años”. Pero no parece que vaya a ser muy bien, con lo que los últimos años de vida de Elsie, que podrían ser tranquilos en su lujosa, cómoda y ya pagada mansión, pueden verse enturbiados por la macabra aparición de la ectoplasmática figura de su difunto marido, poseído por una erección fantasmal insatisfecha y cabreado como una mona porque su última voluntad ha sido sacrílegamente perturbada. En fin, a la “pobre” Elsie siempre le quedará el recurso de llamar a los cazafantasmas.