lunes, 7 de diciembre de 2009

Lluvia sobre Damasco

"Llueve sobre las callejuelas de Damasco. La tierra, humedecida, se transforma rápidamente en barro y el caminar se vuelve pesado y torpe. La mayoría de los tenderetes desaparecen rápido mientras los comerciantes protegen sus pertenencias. Solo unos pocos soportan el aguacero, exhibiendo sus baratijas ante los escasos paseantes del mercadillo. Estoy guarnecido en el quicio de una vieja puerta de madera, esperando. Siempre esperando. Días y noches, con lluvia y con sol, con frío y calor. Una vez más, esperando. La túnica empapada pesa como un muerto, pero es amplia y protege mis armas de la vista. A la hora esperada, aparece él por un extremo de la calle, tal y como me habían informado. Camina torpemente pegado a la pared para guarecerse sin éxito de la lluvia. Sus pasos resultan cómicos pues intenta pisar levemente el barro de la calle para que no se le ensucien sus babuchas y solo consigue caminar a saltitos cortos que su barriga hace aún más ridículos. Llegado el momento solo será otro baboso lloriqueante. Como esperaba, al alcanzar la mitad de la calle gira a su derecha y se interna en el callejón. Salgo de mi escondrijo y en dos zancadas cruzo la calle. La lluvia golpea mi cara pero puedo ver que ya no hay gente a la vista y los pocos tenderetes que aún aguantaban ya se han esfumado. Camino rápido siguiendo a mi presa. El ruido de la lluvia contra los chamizos y las techumbres de las casas ahoga cualquier sonido que mis pasos pudieran producir. No se ve un alma. Estoy ya a poca distancia detrás de él. Ha desistido y ya no camina a saltitos pero sigue pegado a la pared en su intento vano de no mojarse. Bajo mi túnica, saco la daga de su funda. Quizá por una brevísima tregua de la lluvia o por ese sexto sentido que hasta los más torpes tienen para presentir el peligro, el gordinflón se gira y me contempla pasmado cómo avanzo hacia él. Tarda unos segundos en comprender y sus ojos se abren como platos. Mi daga se hunde en su bajo vientre hasta la empuñadura, luego la giro y la saco violentamente hacia la derecha rajando su panza. Una enorme salpicadura de sangre mancha la pared. Sus piernas flojean y trastabilla hasta caer de medio lado en el ángulo formado por la misma pared y el suelo embarrado. Mientras me mira con sus grandes ojos abiertos me inclino para limpiar mi daga con el borde de su túnica. La vida se le escapa y en su último aliento alcanza a decir “Hassassin”. Me incorporo. De un rápido golpe de vista compruebo que el callejón sigue desierto. Vuelvo sobre mis pasos a la calle y giro hacia el sur. Mañana volverá a salir el sol y el calor hará sofocantes, a estas horas, las calles. Pero hoy no. Hoy sigue lloviendo sobre las callejuelas de Damasco."