jueves, 3 de diciembre de 2009

350

Iba caminando el otro día por una zona peatonal cuando a mi lado pasaron 350 años en un automóvil, dos delante y dos detrás, y me puse a pensar en la asombrosa capacidad para la aventura que tiene el ser humano a todas las edades. La verdad es que no me imagino con ochenta y muchos conduciendo alegremente por la estresante gran ciudad y, más aún, transportando personas. Aunque puede que, si las personas transportadas son, entonces, de mi quinta, estén igual de ajenas al riesgo aventurero. Sucede que en muchas ocasiones no nos planteamos ni remotamente que nuestras facultades se puedan mermar con los años y no hablo sólo de la capacidad de reacción, la visión o los reflejos sino de cualquier elemento añadido. Conozco el caso de un valiente pantera gris que, realizando un viaje por carretera comarcal con parte de su longeva familia, sufrió un derrame cerebral y siguió adelante hasta completar el trayecto. El cómo pudo hacerlo es algo que se halla en el más absoluto de los misterios y la ciencia sigue investigando. Y yo me pregunto ¿Cómo son las revisiones del carné de conducir? Porque si son las mismas a los cuarenta que a los ochenta, o sea de risa, ya podemos cerrar el chiringuito.
De todas formas, si llego a esas provectas edades igual pienso que no estoy tan mal y que quien es nadie para cuestionar mi sacrosanto derecho a conducir mi automóvil, mi vehículo eléctrico o mi nave espacial a ras de suelo (si la ciencia nos la brinda en cómodos plazos). ¡Con la Iglesia hemos topado! ¡Con qué derecho se atreven a ningunear mis derechos! Y la liaríamos parda.
En Francia se han dado casos de reclamaciones judiciales de familiares de víctimas de accidentes de circulación contra los familiares del conductor borracho, por haber permitido éstos que dicho conductor saliera a la carretera y provocase el accidente en el que murieron las citadas víctimas. ¿Se podría reclamar aquí al Estado por las consecuencias de autorizar a determinadas personas el uso del volante? ¿Donde estaría el límite? ¿Caso a caso? ¿A partir de una edad? ¿Debería haber límite?
El sentido común, el menos común de los sentidos, nos indicaría a cada uno cuando aceptar la propia realidad. Pero eso es de una ignorancia supina. Entre otras cosas, los seres humanos nos dotamos de organizaciones, de estados, para acoplar las diferentes realidades y que ninguna prevaleciera sobre las otras, por lo menos en el plano teórico. Mientras los 350 años se alejaban en automóvil a la estratosférica velocidad de 10 km/h a través de la zona peatonal, una tonadilla vino a mi mente para demostrarme que todo es relativo: los sesenta y cuatro años de hace cuarenta años eran por lo menos casi lo mismo que los ochenta y tantos de ahora ¿O no?