lunes, 5 de octubre de 2009

Camino de redención

Muchos serán los llamados pero pocos los elegidos ¿O quizá era al revés? Da igual. Mi interés por la religión es meramente histórico. Desde que alcanzo a recordar, siempre he pensado que esto de las religiones es una “engañifa”, palabra que acabo de descubrir que existe en el diccionario de la RAE, pues yo siempre pensé que era una catalanada, y que viene definida como “engaño artificioso con apariencia de utilidad”. Pues eso: nos creemos que nos lo creemos y vamos tirando hasta el final, cuando al enfrentarnos con las verdades inmutables de la vida (la enfermedad, el dolor, la muerte) se nos caen los palos del sombrajo y todo es llanto y rechinar de dientes.
Las religiones son como los equipos de fútbol: hay para todos los gustos y de todos los colores. Las concomitancias con el balompié son grandes, se comparten entusiasmos, hay comunión, catarsis, fe a raudales en lo imposible, traiciones, salvaciones in extremis (en ocasiones “in artículo mortis”), curaciones espontáneas, adoctrinamiento, dogmas de fe y no pararíamos toda la noche. Hasta los “fieles”, en muchas ocasiones, son tratados a patadas en ambos ámbitos. ¿Por qué, entonces, todos andan como locos buscando ese algo? La respuesta quizá deba estar en esos veintiún gramos de diferencia que dicen que hay entre el peso de la persona viva y su cuerpo muerto. Aunque siempre he sospechado que veintiún gramos es lo que deben pesar los microbios y virus listos que, zozobrada la nave ya sin remedio, salen de estampida en busca de mejores aposentos. Esto me parece que me ha quedado de un macabro que tira “pa tras”.
¿Qué obsesión me ha cogido? Ninguna, cálmense vuestras mercedes. Todo este monólogo sin sentido lo ha originado el fervor pseudoreligioso que pude contemplar el otro día por la televisión, cuando el presidente del COI (Corruptos Organizados Internacionalmente) estaba a puntito de dar el nombre de la agraciada en la tómbola y era digno de ver el pueblo llano de Madrid, genuflexo e iluminado, rezando con un afán, con un interés, con una estulticia, que pareciera que fueran a darle a la capital del reino la salvación eterna para todos sus habitantes per sécula seculorum amén. Al final se demuestra que todo es espectáculo y que las ideas y creaciones nobles del espíritu humano no duran incólumes más allá de diez minutos. En seguida llegan veintiún gramos, de no se sabe qué y no se sabe donde, a pudrirlo todo. En fin, otra vez será.