miércoles, 12 de agosto de 2009

La escapada

A fuerza de interiorizar, llegamos a creer que nuestros pensamientos son raros, extraños, que nadie los podrá entender. Cuando nos asaltan, miramos a derecha e izquierda para comprobar si alguien se ha dado cuenta, como si lleváramos un panel flotante sobre nuestras cabezas en el que salieran publicadas nuestras ideas peregrinas. La huida es uno de mis pensamientos recurrentes.
A sabiendas que es imposible huir de uno mismo, pues sólo podemos cambiar el paisaje, no al protagonista, domestico ese pensamiento irracional. Irracional porque no tengo razones para huir. Pero el concepto de escapada me sigue, de lanzarlo todo por la borda, de agarrar a los míos y largarnos en pos de una vida que sea vida, no por lujos o comodidades, sino por plenitud, por respirar hondo y sentir una serenidad de espíritu. Si en Barcelona respiras hondo, lo único que consigues es un ataque de tos.
He de replantearme muchas cosas ¿Quiero vivir como vivo? ¿Puedo escapar de las trampas que yo mismo me he puesto? Recuerdo una película en la que un personaje femenino no pensaba, ni loco, comprarse una casa, pues la deuda haría que la casa la tuviera a ella y no ella a la casa. En un libro que leí hace tiempo, un pensador venía a exponer la idea que no es obligatorio que actuemos y pensemos en el momento actual según las acciones y pensamientos que debimos tomar en un momento más o menos lejano de nuestro pasado con 18, 20 ó 25 años ¿Haría usted caso, hoy en día, a lo que le dijera una persona de 20 ó 25 años?
El cambio se instala, entonces, en el pensamiento. Pero ¿Qué cambio? ¿Cambio, hacia donde? El movimiento Slow, que tiene ramificaciones en muchos aspectos de la vida, propone una gestión diferente del tiempo, del tempo vital, y, más que “pasivizar” la vida, se trataría de redefinir nuestro devenir en ella, desacelerar nuestra “vida moderna”, hacer cosas pero sin una lista, respetar y adaptarse al ritmo natural de las cosas, del sueño, de la comida, de la actividad. Sólo entonces, quizá, no sintamos las ganas de escapar hacia no se sabe donde, sino de buscar aquí los verdaderos elementos para la plenitud y derribar al becerro de oro.