miércoles, 1 de julio de 2009

Qué te llevarías a una isla desierta

En esas noches de insomnio, en las que los pensamientos fluyen desbocados como si huyeran de una cárcel en la que se encontraran presos, en noches como esas, digo, me asaltan las ideas más peregrinas que uno se pueda imaginar. A saber: ¿Qué echaría yo de menos si, pongamos por caso, fuera a parar a una isla desierta? O mejor dicho ¿Qué me llevaría si sólo pudiera llevarme una cosa nada más?
No es un tema baladí, en absoluto. ¿Sería algo sentimental? ¿Algo prosaico? No vale decir un móvil vía satélite para que me sacaran de allí. Ha de ser un elemento sin el cual consideremos que la vida en aislamiento fuera insufrible, una desdicha, un azore permanente.
¿Un libro? ¿Pero, cual? ¿Un sombrero stetson? ¿Una navaja suiza? Las posibilidades son infinitas y a la vez esquivas.
Creo que ya he dado con lo que me llevaría. Aquello sin lo que la vida podría llegar a ser insufrible, una desdicha, un azore permanente. Podría hacer fuego con piedras o palos, podría aprender a cazar o a pescar, podría guarecerme de las inclemencias en cuevas o salientes, podría recurrir a mi rico mundo interior para no caer en la locura, pero, ¡Ay! Ni un solo día sin papel higiénico.