martes, 7 de julio de 2009

La llamada

Llevaba toda la mañana nervioso, intranquilo, con desasosiego. Mirando el móvil con frecuencia. Esperando. Dijo que llamarían hoy, lo recordaba perfectamente. Hoy debía ser, sin falta. La cuestión se había alargado demasiado tiempo. Tanto ir y venir para nada. Y entonces ¿Por qué no llamaban de una puñetera vez? Ya era casi mediodía. Pase que no llamaran a las ocho de la mañana pero ya habían tenido suficiente margen para llamar. Vuelta a mirar el móvil ¿Está cargado? ¿Aquí hay cobertura? “Respira hondo o se te abrirá la úlcera otra vez”, pensó. Lo malo es que él no podía anticiparse y llamar, porque no sabía a donde hacerlo. El procedimiento era estricto en este sentido: le llamarían a él al día siguiente de haberse tomado la decisión. La decisión se tomó ayer, la persona del mostrador se lo dijo. Por tanto, hoy le han de llamar. Se tomó otro café. Desde que había dejado de fumar le había dado por el café. Curioso, porque él antes no bebía ni una taza. Lo malo era que la nueva “costumbre” no le iba bien a sus nervios y en un día como hoy menos.
Unos pensamientos fugaces, como salidos de los boxes del cerebro, se incorporaron a su carrera mental: y si, después de todo, no era lo que esperaba. Y si, aunque lo fuera, no era realmente lo que de verdad necesitaba. Intentó apartar esos pensamientos. A estas alturas no podía dudar. Pero no lo consiguió. La idea de la inutilidad de todo fue creciendo en su interior. Quizá por el tiempo que llevaba en el proceso o porque se sentía cansado, notaba que el sinsentido de su vida de espera hasta ese momento cobraba una dimensión incontenible. Se auto justificó, pensando que había hecho lo que se esperaba de él, que todo lo hizo por los suyos. Buscó excusas y razones y todas le parecieron falsas, ridículas. ¿Por qué le estaba pasando esto ahora? No podía desmoronarse. Pero sus seguridades se vinieron abajo con una rapidez inusitada y toda su vida se le apareció como un completo absurdo. Unas lágrimas de autocompasión nublaron sus ojos.
En el bolsillo de su chaqueta, el teléfono móvil empezó a vibrar indicando que llegaba la llamada.