lunes, 13 de julio de 2009

Esa chispa

Pasear sin rumbo es, para mí, uno de los mejores placeres que existen. Recuerdo que de adolescente y no tan adolescente, si les decía a mis amigos que había que caminar apenas cien metros, para ir al próximo bar o adonde fuera, se ponían a blasfemar en lenguas muertas. Pensaba que era generacional: yo había nacido en la generación no caminante. Luego descubrí que era un síndrome más extendido. Incluso personas de poblaciones pequeñas, en cuanto llegaban a Barcelona se les atrofiaban las piernas para andar unas pocas manzanas. Luego estaban los que pensaban que caminar era una pérdida de tiempo, pudiéndose hacer tantas cosas importantes, llamadas, reuniones y demás. El móvil los tranquilizó un poco: podían andar y hablar al mismo tiempo, pero la aparición del sistema manos libres para automóvil los reconvirtió en “homo rodantis" y se les perdió definitivamente para la causa, si es que alguna vez llegaron a estar en ella.
He dicho todo lo anterior porque es caminando cuando yo pienso mejor, cuando se me ocurren más cosas y cuando se pueden descubrir las pequeñas maravillas que encierra, en este caso, Barcelona. Y no me refiero a nada arquitectónico ni cultural, sino a las aportaciones que hacen mis paisanos y demás conciudadanos para que la vida te de una sonrisa.

Sólo hay que echar un vistazo y en cualquier momento aparece esa chispa. ¿No es preciosa?