lunes, 22 de junio de 2009

A la mañana siguiente

Al despertarse él temprano por la mañana, ella ya se ha levantado y se está vistiendo para marcharse.
- ¿Te vas? Aún es pronto, no ha salido el sol.
Ella titubea un poco en la respuesta.
- Sí, ...eh...He de ir a recoger el coche temprano al taller y luego he de hacer unos recados que he ido postergando toda la semana. - Nota que la respuesta le ha salido un poco falsa y se muerde involuntariamente el labio inferior.
- Puedo acompañarte, si quieres.
- No. No hace falta.
- ¿Te llamo luego y quedamos para tomar café?
- No sé por donde estaré. Será mejor que te llame yo cuando acabe con mis cosas.
Mientras ella termina de vestirse el silencio se vuelve demasiado incomodo. Él está a punto de dejarlo correr pero recuerda que se ha prometido a sí mismo luchar por lo que quiere y no rendirse, ya no más. Ella ha terminado y se dirige a la puerta.
- Es curiosa la situación ¿no crees?
- No te comprendo. - No quería contestar pero lo ha hecho. "¿Qué diablos te pasa?", piensa.
- Sí. Normalmente, en estas situaciones es el hombre el que se viste deprisa para salir a hurtadillas como un ladrón en la noche e inventa mil excusas.
- Todo lo que te he dicho es cierto.
- Lo que me has dicho quizá sí, como lo has dicho no.
- Sólo hemos echado un polvo. No es para tanto. - Ella quiere salir de allí corriendo y se maldice por haberse quedado dormida en casa de él.
- Nos conocemos hace ya algún tiempo. No somos dos extraños que ligaron anoche en un bar.
- Piensa lo que quieras. Yo me tengo que ir. - Se da media vuelta hacia la puerta.
- Me he equivocado. Te han hecho más daño del que me imaginaba.
- ¿Qué? - Ella va a replicarle pero él le está clavando los ojos con esa mirada que tiene. La mirada de cada tarde en el bar donde han coincidido al salir de sus trabajos desde hace un par de meses. La mirada de la cena de hace una semana con los compañeros del despacho, "¡Qué feliz coincidencia!", que lo conocían. La mirada de ayer cuando fueron a cenar solos y él la llevó a ese cafetín con tanto encanto.
- No quiero un polvo de una noche. No quiero llamarte y buscarte y que me esquives. No quiero cambiar de bar cuando salgo por la tarde del trabajo para no tener que cruzarnos y sentirnos incómodos. No quiero ver cómo te escapas de entre mis manos porque te hicieron daño antes y prefieres no arriesgarte. No quiero dejarte escapar porque te quiero desde la primera tarde, hace dos meses, tres días y unas horas, que te vi.
Y ella, que ha estado haciendo esfuerzos enormes por mantener la compostura y no salir corriendo como una colegiala asustadiza, que se había prometido resistir, que no quería más líos, sólo pasarlo bien y ya está, que pensaba que tenía la coraza dura preparada, nota que le tiemblan las piernas y sabe que ha conocido al hombre que estaba esperando.
Y él la abraza. Y los dos lloran. Y se miran. Y se aman.