jueves, 25 de junio de 2009

Cara de acelga

En realidad sólo hay unos pocos papeles, una media docena. Quizá diez a lo sumo. Por eso se van repartiendo constantemente y te los encuentras tan a menudo. También es una ventaja, no hay grandes sorpresas, sabes a qué atenerte. Así es como, sin necesidad de contemplar un amplio catálogo, en cuanto ves a un hijo de puta, a poco que hayas estado atento a lo largo de tu vida, lo reconoces al instante.
Éste, por ejemplo, es de la variante “director general” y ha venido a la empresa (mejor dicho: lo han enviado expresamente) a realizar esa tarea tan ingrata que en los consejos de dirección o administración alguien nombra como “capítulo D” y otro responde “resuelto” y a otra cosa mariposa del orden del día.
Se está a punto de iniciar, pues, la conocida tómbola de la cara de acelga, en la que nadie ha comprado boleto, ticket o similar, pero casi todos juegan. La cara de acelga es la que empieza a poner todo el mundo en cuanto la tómbola comienza a girar. Una mezcla de expresión distante, estreñimiento, cara de circunstancias y sonrisita imbécil.
Y los despachos dan pena, los pasillos dan pena, la máquina de café da pena, los lavabos dan pena, pero tú das más pena todavía. Porque se te nota el miedo. El miedo da a la cara de acelga una expresión aún más ridícula. Es como si llevaras colgando una mierda del cuello y creyeras que nadie se va a dar cuenta.
A medida que van saliendo los boletos ganadores, los perdedores hacen sus cábalas y quinielas para tranquilizarse en su estupidez: si le tocó a fulano es que no me puede tocar a mí, lo que yo hago es insustituible, llevo mucho y es más costoso echarme, conozco a mengano y conmigo no se atreverán. El alma humana, esa flor llena de candidez, se aferra a una diminuta llamita que ella misma ha encendido para no sucumbir a las tinieblas.
Pero entonces ¡Ah entonces! te das cuenta que no has visto a todos los hijos de puta del reparto y porque le tocó a fulano también te puede tocar a ti, lo que tú haces es plenamente sustituible, llevas mucho pero la casa es grande y porque conoces a mengano contigo sí se atreverán, porque ha sido mengano el que te ha puesto el primero de la lista.
El desierto. Ya no ves ni pueblo, ni ciudad, ni calle, ni automóvil, ni gente, ni nada. El desierto te rodea, porque el desierto eres tú. ¿Esperanza? Vana ilusión. O quizá no. Quizá el desierto era lo de antes. ¿Es posible que lo fuera? No lo parecía. Razón de más para pensarlo. ¿Y ese quien es? ¡Si soy yo! ¡Y no tengo cara de acelga! ¿Será posible, Dios mío? ¿He salido del desierto? Me duele. Me doy cuenta que me han picado las serpientes y los escorpiones, pero estoy vivo. Echaré a andar en aquella dirección. Pareciera que hay árboles y buena sombra. Está lejos pero llegaré.

Y aquí termina esta pequeña historia, que a Dios gracias no es autobiográfica, y que se esta representando ahora mismo en cientos de escenarios por todo el mundo, no en balde es tan vieja como él. Si ha placido a vuestras mercedes con ello me doy por satisfecho.